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Píldoras de arte | Esto no es un jardín. En torno a Karl Blossfeldt

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Las píldoras de arte buscan activar, conectar y reflexionar sobre las obras pertenecientes a la Colección Per Amor a l’Art a través de relatos narrados por el equipo de mediación en torno a las piezas que se exponen en las muestras en curso.

Comenzamos con las fotografías de Karl Blossfeldt expuestas actualmente en el marco de la exposición «Botánicas. Colección Per Amor a l’Art», en las que el profesor y fotógrafo autodidacta alemán recogió años y años de observación de la naturaleza a través de imágenes estáticas que convierten a las especies botánicas en formas para el arte.

 

Ficha elaborada por la mediadora Cristina Montiano Vicente.

 


 

Karl Blossfeldt, Urformen der Kunst [Formas originales de arte]. 1928
Portfolio de 120 fotograbados
Papel. 25×32 cm c/u.

 

La cuadrícula de fotografías en blanco y negro de Karl Blossfeldt (Schielo, Alemania, 1865), presente en la exposición «Botánicas. Colección Per Amor a l’Art», compone un jardín con plantas que no parecen plantas. No da la impresión que estén vivas, sino congeladas en el tiempo y aisladas sobre un fondo neutro, muy lejos de su hábitat original, como objetos inanimados de hierro y yeso.

En el momento de componer este archivo gráfico de botánica, Blossfeldt era profesor de modelado y vaciado de hierro en la Escuela de Artes Decorativas de Berlín y llevaba realizando fotografías desde hacía un tiempo. Había acumulado más de seis mil imágenes de plantas, raíces, flores y demás para utilizarlas como recurso didáctico en sus clases. Podemos imaginarlo proyectando las diapositivas sobre una pared blanca –como las que tenemos en los centros de arte– y señalando las interesantes formas geométricas o sinuosas que inspiraban para diseñar decoraciones y esculturas. Blossfeldt pretendía que sus alumnos copiaran esas plantas aún siendo muy posible que muchos de ellos nunca las hubieran observado del natural.

En 1928, cuando se publica como libro esta serie de 120 fotograbados, era muy difícil obtener todos y cada uno de los ejemplares que Blossfeldt retrata. Tal vez solo era posible tener acceso a ellos en los invernaderos de los jardines botánicos. Quizá únicamente pudieran contemplarse dibujados entre las páginas de un tratado de botánica como los que descansan en las vitrinas dispuestas en esta misma exposición. Los cromos coleccionables de conocimiento estaban dispersos en un mundo gigantesco, sin turismo masivo ni Internet, al que muy pocos tenían forma de llegar.

Blossfeldt vio en la fotografía la herramienta perfecta para trasladar la naturaleza a su aula. Pongamos por caso que el profesor hubiera tenido a su disposición ese jardín, desde el que traer plantas a su clase, cada día una distinta. De todas formas, el acceso por parte de sus estudiantes a esas mismas especies no habría durado mucho, a lo sumo un par de días antes de que se marchitaran. Con las fotografías, Blossfeldt conseguía parar el tiempo de esa planta, congelar sus cambios, para poder consultarla eternamente. Además, alcanzaba un nivel de detalle muy superior al que podría conseguir con la observación directa. Blossfeldt era un fotógrafo autodidacta, particularmente obsesionado por la mejora de sus cámaras y técnicas de impresión con el fin de tomar imágenes cada vez más ampliadas.

Durante mucho tiempo, la representación que hizo Blossfeldt de la naturaleza se vio como algo objetivo y real. No había engaño, pues se trataba de una visión de la realidad botánica que había capturado el ojo artificial de una cámara y no uno humano, que se presuponía como un ojo limitado en cuanto a precisión y cargado de subjetividad. Sin embargo, no se trata de una perspectiva neutral y pura que representa sin modificar lo que tiene enfrente. Era Blossfeldt –y no la máquina– quien escogía qué planta era la elegida para aparecer, qué volúmenes se iban a destacar y qué partes del espécimen se eliminaban porque no eran de interés. Hay que tener muy presente el objetivo que el autor se marcaba a la hora de realizar estas imágenes: una búsqueda del conocimiento que no observa la botánica por ella misma, sino por las formas estéticas que puede proyectar. Atribuye a las plantas y flores que retrata unas características e incluso una función totalmente ajenas a ellas mismas.

No son seres vivos del mundo real sino formas sobre un papel. No son formas de especies naturales sino de esculturas y rejas. Ya no son, solo sirven. Sirven para inspirar, para copiar, para contemplar… Podríamos ir leyendo a John Fowles en su ensayo El árbol mientras paseamos por el jardín-archivo gráfico de Blossfeldt: “la evolución ha hecho del hombre una criatura que aísla y divide todo lo que le rodea. Contempla a los otros seres de la Tierra no solo desde una perspectiva puramente antropocéntrica sino también por separado, proyectando así la forma en que desea pensar en sí mismo.” ¹

 

¹ John FOWLES, El árbol, Impedimenta, Madrid, 2015 (primera ed. 1979), p33

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